Propuesta y patinaje en Lisboa

Al otro lado de mi pupila está. No puedo dejar de mirarla. Es esquiva. Aparece y desaparece, pero siempre vuelve a aparecer. Me atrae. Quiere decirme algo, pero todavía no debe de ser el momento adecuado. Yo no puedo acercarme, solo esperar. Se me hace difícil la espera, la espera siempre ha sido lo más difícil. Esa virtud divina, que llaman paciencia. ¡Ay! ¡Si solo la hubiera cultivado un poco más! Ella también me mira. Va con alguien más, pero en él no me fijo. Solo tengo ojos para ella. Finalmente, se acercan los dos. Mejor dicho, aparecen delante de mí. Ella me propone algo que me alegra a la par que me inquieta. No puedo contarlo. No es conveniente revelarlo todo.

Oigo respirar a mi hijo; duerme pegado a mi pecho.

Con unos patines de línea alquilados, vuelo por las calles de Lisboa. Utilizo los bordillos y desniveles como rampas para saltar. Estoy muy fino; guardo el equilibrio a la perfección. Encadeno saltos con rectas y curvas cerradas. No tengo miedo a caerme. ¡Qué despreocupación maravillosa! ¡Mi mente está callada! ¡Vuelvo a ser como un niño! ¿Es, eso que he visto, una manada de jabalíes? El bosque se adentra tímidamente en la urbe portuguesa. Un jabalí persigue a una joven turista rubia. Me deslizo raudo a su lado con mis patines de línea. Nat me llama, me dice que se van a ir ya, que si quiero acompañarles o qué quiero hacer. Me molesta que me saque de mi trance, la verdad. Le digo que me lo voy a pensar y vuelvo al patinaje. ¡Qué obstinada es la gente! ¡Por qué no me dejarán en paz!

Siento su pechito inflarse y desinflarse, pegado a mi pecho.

Anterior
Anterior

Atardecer

Siguiente
Siguiente

Eme