Quedarse sin munición y fumar

El profesor de educación física me ha pillado fumando. Cómo le gusta juzgar, al tío. Claro, él se pasa la vida corriendo y no entiende que alguien necesite fumar en un momento dado, para relajarse después del trabajo. Me ha olido como huele mi perra un trozo de chorizo caído en el suelo y se ha dirigido hacia mí a toda prisa, para amonestarme. Me he avergonzado y excusado. Que solo había sido uno, que ya no tenía que trabajar más, que perdón. Esas cosas le decía, suplicando por dentro que no se lo contara a la directora. El tipo ponía cara de preocupación, y de perdonarme la vida, cara de buena persona. Menudo cretino.

Hace ya tiempo que dejé de fumar. Pero a veces lo pienso. Los fumadores vibran a frecuencias diferentes que los que no fuman. Viven en un mundo distinto, con su propio ritmo. El ritmo de las caladas y los cigarrillos. Es una sensación flotante, como una bocanada de humo. Un profesor de educación física no puede entenderlo.  A no ser, por supuesto, que haya sido fumador.

En los videojuegos de acción se te van dando armas y munición según vas avanzando en las misiones. Esos juegos están preparados para que vayas gastando poco a poco la munición que te dan y las armas potentes, que son las que más molan. Yo intentaba pasarme todo el juego con la pistola con munición infinita que te daban desde el principio. No lo hacía para probar mi habilidad ni nada, lo hacía porque tenía miedo de tener que enfrentarme a una situación en la que necesitara las armas potentes y la munición y no poder superarla. Generalmente, esas situaciones nunca llegaban. Acababa el juego con la mochila hasta arriba de armas y munición, habiéndolas pasado canutas para matar a todo el mundo con la pistolita. No me sentía particularmente satisfecho. Quedarme sin munición, qué miedo.

 

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